domingo, 20 de junio de 2010

La bella y la bestia

No hay tiempo.

Las voces se elevan por encima del sonido del viento, llevadas por la rabia y la ira. Aquí arriba, todos lo sonidos del mundo llegan, incluso los gritos rabiosos de los aldeanos pidiendo la sangre como si fueran monstruos insaciables.

Aquí, en mi campanario de cristal.

Ya no hay tiempo.

Puedo ver reflejadas en las paredes las llamas de las antorchas que llevan encendidas abajo, en la calle del pueblo. Son tan intensas que llegan hasta aquí arriba, reflejadas en las bóvedas de cristal, sombra de sombras, muerto de muertos, el sueño de un sueño… No lo comprenden, no pueden comprenderlo. ¿Por qué…?

¿Por qué no pueden entender nuestro amor…?

Un fuerte estruendo tras de mí. Me vuelvo y allí te encuentro, cubierto de heridas y rezumando sangre por todas partes, jadeante, sudoroso y débil. Monstruo entre dioses, demonio entre ángeles, maldito entre bendecidos. Mi pobre bestia… Aquél que nació con cuerpo de monstruo y corazón divino, careciendo de belleza humana pero dotado del alma más pura que pueda existir. Te creen monstruo por tu aspecto, pero yo veo en ti la auténtica criatura que ha sufrido todos estos años la crueldad de los humanos y la soledad que pertoca a aquellos que son diferentes, que son como tú. Cuando creen que me amenazas me estás sonriendo, cuando piensan que me atacas me estás abrazando… Porque yo soy aquella que siempre ha creído en ti, que ha visto tu alma y ha ignorado tu cuerpo, como en un cuento de hadas en el que los príncipes desean a princesas deformes. Y porque eres el único que ha sabido entenderme, que ha visto más allá de mi cuerpo y ha sabido desnudar mi alma… aquel al que yo amo…

Mi pobre bestia…

Parece que el campanario oscurece. Es como si el cristal del que está hecho estuviese llorando con nosotros, adivinando nuestro cruel destino. Y los gritos de los aldeanos se acercan, reclamando tu cadáver y el mío. Me dices que me vaya, que huya y te deje para que pueda seguir viviendo… Pero yo no quiero abandonarte. No puedo dejarte a manos de esos monstruos, a aquellos que se relamen los labios con la simple idea de acabar contigo y huir. Quiero vivir contigo, quiero sufrir contigo… y si no puedo hacer esas cosas, al menos quiero morir contigo.

Porque te amo…

Ya han llegado. Bestias furiosas armadas de hoces y antorchas con los ojos inyectados en sangre y rabiosos cuales bestias emergiendo de las profundidades del Infierno. Nos abrazamos, asustados, sabiendo que no podemos hacer nada. Nuestras miradas se cruzan una última vez, diciendo todo lo que es imposible expresar con palabras. Te quiero tanto y, sin embargo, soy incapaz de salvarte…

Una lanza surca el aire, el azote final, la sentencia de muerte. Pero yo no puedo. Te aparto y, en el último instante, te cubro y nos atraviesa a ambos por completo. Es extraño, pero no siento nada: ni dolor, ni agonía, nada, sólo un extraño vacío en mi interior. Lentamente caigo sobre ti, sobre tu cuerpo frío, casi extinto de vida. Lágrimas silenciosas resbalan por mis mejillas para caer sobre tu rostro. Son como una misa de réquiem que nos bendice, liberándonos de todos nuestros pecados cometidos en vida. Son mi disculpa por no haber podido salvarte, por morir unos segundos antes que tú. Nuestra sangre se mezcla en el suelo transparente como el agua de un río que cae en el cauce del mar, al mismo tiempo que se funden nuestras almas. Contemplo tu rostro, en el que ya soy incapaz de ver aquella criatura que los demás han visto y han odiado,; tu rostro ahora es humano, como debía haber sido en tu nacimiento, y es el rostro más hermoso que jamás haya podido contemplar. Tus ojos son pozos negros de candor y ternura, incapaces de expresar ahora algo más que no sea pena y tristeza. Tu cuerpo también es humano ahora, el de un joven vigoroso que hubiera podido casarse conmigo y haberme protegido de otro modo. Acaricias mis mejillas y mis cabellos a modo de disculpa, pero tú no tienes la culpa de nada. Aquí, en mi campanario de cristal, al son de una campana que llorará por nosotros, contemplo al auténtico ser que he sido capaz de amar y que sólo yo he podido ver, la auténtica belleza en el interior de la bestia. Sé que años atrás transmitirán estos aldeanos mi historia, y dirán: los últimos pensamientos de la chica fueron : “muero por mi locura, porque me he enamorado de un monstruo”, pero todos ellos se equivocarán. Aun ahora, en nuestro último aliento, beso sus labios marchitos, los labios de una criatura a la que sólo yo fui capaz de ver, a la que había más allá de un cuerpo deforme. Morimos ahora, pero nuestros espíritus se fundirán en uno para no volver a separarse jamás, para que nadie que no nos comprenda pueda volver a herirnos. Porque nuestro amor, el amor entre doncella y criatura, es eterno, ahora y por siempre.

Mi pobre bestia, eternamente…

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